Todos hemos prejuzgado en algún momento, y también hemos sido prejuzgados.
¿Por qué lo hacemos?
Generalmente, la información que utilizamos para prejuzgar es muy superficial y la mayoría de las veces no revela nada trascendente de la persona o nada de lo que debería importar, elaborando una opinión apresurada de alguien sin conocer su verdadera realidad.
Actuar así es muy fácil. Es mucho más complicado y requiere más tiempo pararnos a conocer, reflexionar y analizar por qué realmente pensamos así sobre esa persona.
Puede utilizarse también como una herramienta para sentirnos mejores que los demás y afianzar nuestras creencias y autoestima, aunque en la mayoría de los casos la intolerancia es el motor de los prejuicios.
¿Lo podemos evitar?
Sería bueno intentarlo aunque no es fácil.
Hay que tomarse el tiempo para conocer al otro, borrando todos los pensamientos previos que podamos haber generado en base a lo que nos hayan dicho, lo que hayamos escuchado o lo que nuestro instinto nos haga pensar.
Es mejor preguntar para conocer, que asumir una realidad inexistente.
Como es natural, no podemos conocer en profundidad a todas las personas que se cruzan en nuestra vida. Es entonces cuando entra el respeto en juego. El respeto es uno de los pilares más importantes para evitar el prejuicio. Nos permite aceptar las diferencias del otro además de darle la oportunidad de demostrar quién es y cómo es.