Las personas que tienen enfermedades articulares (alguna forma de artritis, artrosis…) saben muy bien cuando va a “cambiar el tiempo”, desafortunadamente sienten dolores y molestias en las articulaciones.
Es una creencia popular enraizada en la sociedad, que el frío y la humedad son los causantes del aumento de dolor, que producen “reuma”, por lo que son muchas las personas que achacan sus dolores a los meses fríos de otoño e invierno.
La realidad es que los dolores articulares se producen por cambios en la presión atmosférica. Las articulaciones poseen unos receptores de presión que se llaman baroreceptores.
Recordamos de forma sencilla el concepto de presión atmosférica
El aire tiene masa, y al tener masa, se ve atraído hacia el suelo por la fuerza de gravedad. O sea que aunque no lo notemos, el peso de las decenas de kilómetros de atmósfera que tenemos sobre nuestras cabezas, actúa sobre nosotros todo el día.
La presión atmosférica es por tanto el peso que ejerce el aire sobre la superficie de la tierra.
Lógicamente en las zonas montañosas la presión atmosférica es menor (hay menos atmósfera y por tanto menos peso) y en la costa será mayor.
Si hay mucha humedad la presión será mayor, porque las moléculas de vapor de agua pesan.
La lluvia y el viento en un determinado lugar, son consecuencia entre otras causas, de una presión atmosférica baja, al haber menos cantidad de aire por unidad de volumen permite la entrada de nubes y aire procedentes de otras zonas del planeta.
Es durante el otoño e invierno, cuando las personas que padecen alteraciones en las articulaciones sufren molestias y dolores, por eso la creencia popular de que el frío y la humedad son los causantes de sus síntomas. Pero en realidad se deben a la bajada de presiones.
Presiones bajas y dolor articular
Concretamente son las presiones bajas las que afectan a las articulaciones y aumentan la percepción del dolor.
La explicación es la siguiente:
No notamos el peso de la atmósfera porque el aire es un fluido y nos rodea presionando nuestro cuerpo desde todas las direcciones por igual, comprimiéndonos.
Pero entonces ¿Por qué la atmósfera no nos “estruja”? Porque los fluidos y los gases que contiene el cuerpo en su interior se encuentran a una determinada presión, y por tanto contrarrestan la presión ejercida por la atmósfera “empujando” el contenido de nuestro cuerpo hacia afuera.
Si la presión atmosférica que actúa sobre nuestro cuerpo disminuye, los fluidos que están en nuestro interior se expanden.
Hay que decir que los cambios en la presión atmosférica son muy pequeños, no son suficientes para hacer que nuestro cuerpo se hinche o deshinche, pero sí lo son para producir ligera expansión del líquido dentro de los espacios articulares (líquido sinovial). Si las articulaciones están sanas, no sentiremos nada, pero si están alteradas por alguna patología, esa ligera expansión genera distensión de los tejidos articulares inflamados desencadenando dolor.
El mismo principio puede aplicarse al dolor en las cicatrices por bajada de la presión atmosférica
El tejido cicatrizal es mucho menos elástico que el tejido sano. Cuando la presión atmosférica baja, la expansión de los fluidos corporales produce distensión de los tejidos. El tejido sano se adapta fácilmente a esta expansión, pero el tejido cicatrizado, al ser más rígido, no se puede estirar y la tracción que ejerce el tejido sano sobre la cicatriz es lo que genera la molestia.
Fuentes:
Principios de Anatomía y Fisiología. Tortora. Derrickson
Principios de Meteorología y Climatología. Manuel Ledesma
Jordi Pereyra Marí. Ingeniero Mecánico. Universidad politécnica de Cataluña